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Editoriales

domingo 11 enero 2015 2157 Vistas

La Prensa Agrietada y los Gobiernos Populares Suramericanos


Por Dante López Foresi

Esta etapa comenzada hace más de una década en Argentina y la región, logró crear las condiciones para sincerar diferencias profesionales e ideológicas que existían desde hace mucho tiempo entre los periodistas.

Y separó tajantemente los conceptos del periodismo como oficio y los medios como empresas involucradas, no sólo en su carácter lucrativo sino, por la misma naturaleza de su función social y política, en la puja de poder constante con los gobiernos de turno elegidos democráticamente y sus alianzas con las dictaduras a cambio, generalmente, de silencios cómplices.

No es cierto que el término “grieta”, popularizado por el periodista opositor Jorge Lanata, sea una novedad para los argentinos y, menos aún, para los periodistas. Las máscaras cayeron y quedaron en evidencia ideologías, intereses y subjetividades. Y es sano que haya sucedido de ese modo. De esta confrontación, la que resultó claramente beneficiada es la sociedad, ya que nadie con un mínimo de interés por la vida política, social y económica argentinas, puede alegar hoy ingenuidad a la hora de informarse.

En la actualidad, elegir con qué medio o periodista informarse es en sí mismo un acto que implica una toma de posición preliminar, ya que los consumidores de noticias conocen a ciencia cierta desde qué lugar se les informa en cada espacio mediático.

El ejercicio actual del periodismo

A fines de la década de los 80, el escritor y filósofo experto en semiótica Umberto Eco, anticipaba que se avecinaban tiempos de “inteligentes lectores de solapas”. Eco sostenía por entonces que, ante la cada vez más creciente oferta de material informativo y literario, la humanidad debía aprender a seleccionar muy bien qué leer y consumir en el limitado tiempo libre.

En épocas en que la inmediatez y brevedad dominan la necesidad informativa y formativa de cientos de millones de personas en todo el planeta y cada terrícola ocupa buena parte de su tiempo en redes sociales, sin mencionar los avances tecnológicos que nos obligan a recurrir a fuentes digitales para enterarnos las noticias más relevantes, podríamos afirmar que ni siquiera nos quedan solapas por leer, ya que las horas que antes se dedicaban a la lectura, están siendo ocupadas por herramientas como Twitter, Facebook, Whatsapp y el infinito mundo que supo ser virtual, y ya ocupa nuestra realidad cotidiana más palpable.

De este modo, el bombardeo de noticias convierte a cada consumidor de información en un potencial experimento para generar climas y estados de ánimo, con la intención deliberada de influir en decisiones trascendentales y condicionar la gobernabilidad en las democracias.

Esa vertiginosidad y sobreabundancia informativa impactó claramente sobre el ejercicio del periodismo. A esta altura, debemos reconocer que la opinión de los periodistas, la otrora llamada “línea editorial”, quedó relegada a manos de la ocurrencia, la capacidad para titular, el poder de síntesis y la creatividad que sea capaz de desplegar cada periodista al utilizar redes sociales. Allí es donde se encuentran sus lectores o potenciales consumidores. El elemento que más distinguía a un periodista pasó del talento para un desarrollo pormenorizado de datos y opiniones, a una necesidad cada vez más creciente de producir golpes de efecto y aforismos ingeniosos que llamen la atención y atraigan a lectores desbordados por la cantidad de información.

Quizás este sea el principal motivo por el cual, en nuestro país, se polarizaron tanto las posiciones entre periodistas, con peleas y enfrentamientos más propios de vedettes principiantes que de obreros de la palabra. La imperiosa necesidad de llamar la atención reemplazó al rigor profesional, y lo que hasta hace un lustro fueron diferencias ideológicas y de intereses que produjeron enriquecedores debates, hoy se resumen en una guerra de egos, con la consiguiente pérdida de calidad y menor obsesión por la noticia que por la repercusión del apellido del periodista. Este mismo comportamiento se tiene al enfrentar un micrófono o una cámara de televisión. De lo que estamos hablando es de un nuevo estilo de ejercer el oficio, más preocupado por la trascendencia del periodista que de la noticia.

Pero sería injusto cargar sobre las espaldas de la prensa toda la responsabilidad. Nadie avanza si no existe previamente alguien que retroceda. Los periodistas hoy ocupan en la atención del público el lugar que nos delegaron buena parte de los dirigentes políticos. Muchos de ellos, incluso, establecen sus estrategias de acuerdo con lo que los periodistas “ordenan”. Como las carreras de varios de esos políticos fueron construidas en estudios de televisión y sus votos conseguidos por la difusión de sus nombres en los medios, se entregaron de pies y manos a la agenda que los medios líderes en audiencia dispongan como temas “notables”, a cambio de algunos minutos más de presencia mediática y mención de sus apellidos.

Es habitual leer o escuchar ciertas noticias por la mañana en medios concentrados, y por la tarde enterarse que un diputado o dirigente pidió informes o realizó presentaciones judiciales sobre la noticia difundida. Incluso, la utilización de términos, como el mencionado “grieta”, fue y es utilizado obedientemente por candidatos y dirigentes con un grado de obediencia y fruición casi religioso.

En un año electoral, sería hasta lógico suponer que los periodistas que fueron opositores u oficialistas con tanta exposición pública y compromiso durante los últimos años, esperen la definición de candidaturas para inclinar sus subjetividades hacia quien más posibilidades tenga de cambiar el rumbo del gobierno o que más garantice su continuidad, respectivamente. Pero no será así. Por el contrario, son los candidatos los que consumen medios cada mañana para saber sobre qué temas deben discursear, dependiendo de lo que digan los medios. Esto descolocó a varios periodistas, de los que están acostumbrados a acomodar sus discursos al poder que deban servir. Algunos de ellos, incluso, llegaron a insultar públicamente a dirigentes opositores, quizás porque al invertir roles, ambos están ejerciendo un oficio para el cual no tienen ningún talento, aunque persigan el mismo objetivo: acabar con el kirchnerismo.

Antes, las empresas periodísticas, en general, acomodaban sus líneas editoriales utilizando a sus periodistas como voceros, dependiendo de cuál candidato midiera mejor en las encuestas y representara mejor sus aspiraciones. Hoy es exactamente al revés. Cada postulante adapta su discurso para agradar al medio más poderoso, que es el que instala los temas sobre los cuales habla "la gente".

La agenda de Clarín ¿condicionará la decisión ciudadana en las urnas?

Quienes peleamos por una nueva Ley de Medios, sobre todo los que comenzamos en 1987 cuando Raúl Alfonsín envió un anteproyecto a redacciones para ser debatido, sabíamos que, más temprano que tarde, los llamados “medios hegemónicos” terminarían venciendo. Pero la “patriada” no fue en vano. Intentaba recortar el poder omnipresente de ciertos medios en la deconstrucción y condicionamiento de la democracia argentina, para que nunca más "cinco tapas de Clarín volteen a un gobierno" o “si te hace la cruz Clarín, no trabajás más en ningún otro medio”. Creemos que ese objetivo, fue alcanzado. No así el de neutralizar el poder extorsivo que dificulta la gobernabilidad en democracia. Tan es así, que varios países de la región debaten sus propias leyes de medios para evitar esos condicionamientos.

La complicidad de la corporación judicial con las empresas de medios más poderosas del país, sumada a la demora en concretar la adecuación de oficio de las empresas que aún no lo hicieron (no sólo Clarín), a pesar de contar desde hace más de un año con un fallo favorable de la Corte Suprema declarando la constitucionalidad de la norma y tener las herramientas políticas para hacerlo, y la creciente concentración de medios en manos de empresarios que responden al oficialismo o juegan ambiguamente a la crítica opositora según sus propios intereses, aceleraron los tiempos para que la soñada democratización de la palabra quede relegada. Será difícil lograr la plena vigencia de la Ley de Medios, sobre todo en un año electoral. Y también luego, a menos que el 10 de diciembre asuma un Presidente dispuesto a profundizar el camino trazado desde la aprobación de la norma.

Mientras tanto, y debido a la dependencia voluntaria de la política a los grandes medios y el tiempo que juega a su favor, el Grupo Clarín recupera poder de presión. Ya no solamente por su propia vocación condicionante, sino por una delegación de roles otorgada por la oposición, que lo coloca en el lugar del verdadero partido opositor. Justamente, en un año en el cual se decide el rumbo de los próximos cuatro años. Clarín instala temas, los dirigentes los incorporan en su agenda de campaña y termina de sellarse la instalación por su mención, ya sea de apoyo o crítica, en redes sociales. Nada más lejano al concepto de democratización de la palabra. Nada menos democrático.

Es necesario afirmar, sin embargo, que ese circuito de construcción de discursos, carentes de propuestas y repletos de golpes de efecto, si bien nacen en los medios y concluyen en los candidatos, difícilmente incida determinantemente en la voluntad popular, teniendo en cuenta el comportamiento social habitual en elecciones presidenciales.

Este año se decidirá el rumbo político, económico y social argentino de los próximos cuatro años. No creemos que los argentinos tengan demasiado en cuenta el grado de conocimiento de cada candidato a la hora de ingresar al cuarto oscuro. Influirá, sí. Pero no decidirá el voto. La alta exposición sólo visibiliza a los candidatos. Pero puede ser un arma letal suicida cuando se tiene poco para exhibir.

Por el contrario, la experiencia en elecciones donde se decide quién gobernará al país, indica que los electores tienen en cuenta su situación personal en las semanas previas al acto electoral y su grado de confianza no sólo sobre cada postulante, sino sobre la fuerza política que tenga la experiencia probada en gestión para sortear situaciones críticas. Ante tantas crisis y zozobras, los argentinos desarrollamos un instinto natural de preservación. A veces, cuando votamos tenemos más claro a quién no queremos como presidente que el nombre del que votaremos. Algo parecido a aquel relato de Arturo Jauretche, que leía La Nación cada mañana para "colocarse inmediatamente en la vereda de enfrente".

Creemos que, mientras medios de comunicación y dirigentes opositores prosiguen con sus “relaciones carnales”, la lógica del voto circulará por carriles distintos. Esto no implica necesariamente que será el oficialismo el que revalide sus títulos con facilidad. Ello dependerá del nombre del candidato que proponga el kirchnerismo y que, además, se imponga en las PASO. Y también, de si se presenta o no un escenario de segunda vuelta.

Por ende, sigue siendo el gobierno el que establece la agenda presente y futura y marca los tiempos y contenido de las campañas de todo el arco electoral. Mientras periodistas y dirigentes opositores siguen jugando su juego circular, donde es la prensa la que determina la agenda opositora, el gobierno es conciente de que su caudal electoral dependerá casi pura y exclusivamente de los resultados visibles a corto plazo de su gestión.

Perón dijo: “con la prensa a favor perdí elecciones y con la prensa en contra, las gané. Más cerca en el tiempo, Cristina Fernández logró su reelección de manera abrumadora en 2011, con los medios más poderosos ensañados y perseverantemente desestabilizadores. En la región, Evo Morales y Dilma Roussef fueron reelectos recientemente, a pesar de intensas campañas mediáticas opositoras en las cuales, como ocurre en Argentina, los grandes medios funcionan como las verdaderas fuerzas de oposición política.

El destino de Suramérica depende, en gran medida, de los resultados de las elecciones en nuestro país. En las naciones hermanas en las que hubo elecciones, ganaron o fueron reelectos candidatos que expresan la armonía que, hace algunos años, lideraron Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Lula y que se mantuvo a lo largo de los últimos períodos. Los países suramericanos estarán especialmente pendientes de lo que los argentinos decidamos, concientes de que la realidad de cada pueblo está atada al resto de la región.

Así las cosas, el futuro de Argentina no está en manos de los medios, ni del gobierno ni de dirigentes opositores. Pero del gobierno depende cuál será la situación personal y colectiva de la población semanas antes del acto electoral y cuál será el candidato propuesto para continuar con el proyecto iniciado en 2003. Y creemos que ambos factores son determinantes para saber a quién le colocará la banda presidencial Cristina el próximo 10 de Diciembre.

La última y decisiva palabra, como siempre, la tendrá cada argentino a la hora de votar.

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