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Editoriales

miércoles 24 agosto 2011 2995 Vistas

La Fuerza de los Argentinos


Por Dante López Foresi

Si bien los argentinos hemos elegido un rumbo en las pasadas elecciones Primarias, es imprescindible destacar que aún no hemos llegado al 23 de Octubre, fecha en la cual deberán elegirse concretamente los cargos ejecutivos y legislativos para los próximos 4 años. Una regla se cumplió a rajatabla: ganaron los oficialismos.

Ello significa que, cuando las sociedades viven en un clima de bonanza, tienden a optar por mantener el status quo. Sería ingenuo suponer que más de la mitad de los argentinos votaron con mística, convicciones y solidaridad social, que son las bases sobre las cuales se asienta el proyecto nacional encabezado por Cristina Fernández de Kirchner.

Así como en 2001 el Pueblo argentino reaccionó sólo cuando fue violado su bolsillo y no sus ideales, en ésta oportunidad decidió un voto de premiación a gestiones de gobierno. Antes de las Primarias, en los comicios realizados en varias provincias, ganaron todos los oficialismos, excepto en Catamarca, donde se impuso el Frente para la Victoria. Fue así como fueron votados proyectos ideológicos casi antitéticos, como Macri en CABA y Cristina luego ganándole al PRO en la inmensa mayoría de las comunas porteñas. Es decir, que el móvil del voto popular no nos parece haber sido un país soñado, sino la necesidad imperiosa de no cambiar la realidad, luego de décadas de sufrimiento e inestabilidad.

Macri, De la Sota, Bonfatti y Binner son conscientes de que ganaron sus comicios provinciales gracias al "viento de cola" de un gobierno nacional que supo pilotear nuestra economía en momentos en los que el Primer Mundo se derrumba junto con todas sus mentiras conceptuales. Y en cada una de esas provincias y en los pueblos agropecuarios el voto popular dejó demostrado lo que acabamos de señalar: los gobernadores aprovecharon la gestión eficiente de Cristina para ganar en sus propios distritos.

Pero no alcanza. El camino recién comienza.

Como siempre lo sostuvimos desde nuestras páginas, la batalla cultural es la "madre de todas las batallas", y comenzó con la Ley de Medios y la decisión política de democratizar el uso de la palabra.

No vemos grandes novedades en los resultados de las elecciones Primarias. Ganó ampliamente la única persona que en Argentina demostró dotes de estadista, pensando en las futuras generaciones y rompiendo con moldes establecidos como verdades absolutas desde hace décadas.

Ella y su marido no aceptaron las viejas recetas que hoy están causando el colapso de lo que, en la década de los 90, era nuestro gran objetivo nacional: "los países en serio". Argentina está de pie y creciendo y todos los gobernantes, sin importar ideologías, aprovechan la ocasión para disputar poder y subirse al corcel triunfante.

Y no hubo novedades, decíamos, porque además de triunfar la única persona que demostró capacidad de gestión, mirando más hacia el horizonte por venir que a la coyuntura presentada por los defensores de intereses del privilegio, también perdieron quienes demostraron la mediocridad suficiente como para hacer del odio una bandera. Ríos de tinta y verdaderas transmisiones en cadena de medios privados con apólogos de la frustración, el Apocalipsis y la dramatización, no lograron hacer mella en el alma de los argentinos.

Carreras políticas promisorias se derrumbaron, y sólo existirán de ahora en adelante en estudios de televisión repletos de periodistas que los seguirán "retando" y castigando, con la genuflexa reacción de dirigentes que no entendieron que la política es mucho más que un raid mediático.

Los pilares ideológicos de los proyectos suramericanos -el argentino incluido- se basan en valores y principios que no parecen haber sido tenidos en cuenta por la mayoría del electorado, por más que los triunfantes sean los que sostienen esos valores y virtudes.

La buena noticia, sin embargo, es que de un modo u otro, los argentinos hemos encontrado el camino y el rumbo que necesitamos transitar para vivir la vida que nos merecemos y convertirnos en el País que siempre fuimos y eternamente subestimamos.

       

De ahora en más, la tarea ya no será política, sino familiar y social. Si. Ya estamos a tiempo de comenzar a darnos cuenta de que los valores que transfundimos a nuestros hijos y amigos, deben ser los de la solidaridad social y el desprendimiento de lo cuantioso en pos de lo virtuoso. Y que esa tarea es estrictamente nuestra, y no de nuestros gobernantes de turno.

La batalla cultural comenzó venciendo a la mentira sistemática de medios que funcionaron como fuerzas de presión lobbista y premiando a un proceso suramericano que cada vez se hace más sólido. Ya poco importa si el móvil del voto de cada ciudadano fue egoísta o solidario, pues la solidaridad se construye culturalmente.

Recuérdese -a modo de ejemplo- la composición familiar de quienes superamos los 40 años. En esas estructuras familiares existían cuatro o cinco verdades absolutas e inamovibles que no se discutían jamás: el que manda es el padre, la madre cría los hijos, los hijos están obligados a obedecer y el sueño "suramericano" era tener un hijo "doctor". Eso garantizaba la "perdurabilidad" familiar. Pero no la plenitud. Lo que hoy parece un manual de zonceras familiares, fue en realidad lo que mantuvo en pie matrimonios sin amor, familias en las cuales "en la mesa no se habla de política" y limitaciones por el estilo.

Hoy, habemos quienes deseamos otra realidad para nuestros hijos. Deseamos que sientan el dolor ajeno como propio, el orgullo de la argentinidad y el sentido de pertenencia a una patria suramericana como la que soñaron nuestros próceres. Los que soñamos con la bella posibilidad del cumplimiento de utopías. Y, por sobre todas las cosas, con Pueblos que al introducir un sobre en una urna electoral, sientan mientras se les eriza la piel, que están viviendo por un sueño, y que esos sueños e ideales son los únicos motores genuinos en la historia de las sociedades. Eso significan para nosotros "las elecciones".

Ninguna comunidad crece en base a consensos. Los golpes de crecimiento sólo se producen ante la pugna de intereses. Piénsese en una discusión familiar o en determinados grupos de personas. Existen pocas cosas tan aburridas y poco edificantes como coincidir en todo.

Quienes nos dejan reflexionando y nos convierten en mejores personas, son aquellos que discrepan, pero desde la buena fe generada por el cambio de valores internos, producto de un proceso de revolución individual que, aunque no lo notemos, ya está en marcha.

Poco a poco, vamos dejando atrás al egoísmo que alimenta nuestras decisiones más trascendentales. Una vez vencido el odio y la mentira sistemáticas, debemos construir las verdades sociales más arraigadas, pero sepamos que, de profundizarse este modelo -insisto- suramericano y no sólo nacional, los intereses corporativos y mezquinos reaccionarán aún más virulentamente de como lo hicieron hasta hoy. No tema. La institucionalidad y gobernabilidad no estarán en peligro mientras exista una conducción del Estado -en todos sus niveles- firme y reposante en el resto de los países de la región.

Pero lo verdaderamente importante. Lo que garantizará que cada uno de los adultos podamos irnos de este mundo con la sensación del deber cumplido, no será dejar a nuestros hijos economías estables, sino sueños, voluntades, decisiones y convicciones. La tarea es desterrar de nuestra descendencia y de nuestro propio léxico términos como "miedo" o "culpa". Tarea revolucionaria como pocas. Verdadera batalla cultural.

Los enemigos de los intereses populares nos tienen miedo, justamente porque no tenemos miedo. Y el miedo desaparece cuando afloran las convicciones más profundas. El miedo paraliza. Las convicciones entusiasman y nos movilizan. Anímese. No se sienta ingenuo por soñar, como nos hicieron creer quienes más daño nos hicieron en nuestra historia.

Cristina Fernández dijo hace un tiempo en Avellaneda: "Yo estoy de paso, pero no entreguen nunca esas banderas de lo conquistado". Creo que no se refería a las medidas populares que adoptó en su gobierno, quizás el más atacado y desestabilizado de la historia. Interpreto que se refería a esa palabra que una y otra vez irrumpe en las almas y mentes de las buenas personas: "sueños".

Sólo los pobres y marginados tienen sueños. Los grandes derrotados de la modernidad, son los que tienen o defienden intereses. Que en paz descansen. Y que no nos molesten mientras los suramericanos seguimos brindándole -cada uno desde su lugar- una mayor solidez a un continente que ya no es un mapa de colegio con una historia enseñada de manera sesgada e interesada, sino un hogar común soñado por los Moreno, Belgrano, Bolívar, San Martín, Alberdi o Güemes: las buenas personas de nuestra breve pero intensa historia que hoy, estamos protagonizando como conjunto social.

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