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Editoriales

sábado 23 diciembre 2006 2436 Vistas

El Aroma


Con ánimo pre-navideño- Por Dante López Foresi

Los recuerdos se identifican siempre con olores. El aroma de nuestro barrio de infancia, el del cuello de nuestro primer beso intenso, el olor a césped de nuestras tardes en potreros monumentales o el tibio aroma a salsa en la cocina de mamá.

Recuerdo que cuando mis hijas dormían en cunas, me sacaba la remera que llevaba puesta para que –simplemente sosteniéndola- sus llantos se aplaquen. Olor a papá. El olfato parece ser el más afectuoso de nuestros sentidos. El más vinculado con nuestra propia existencia. El único sentido que nos permite evocar. ¿A qué huele entonces nuestro presente?

No es posible saberlo. Porque aún no es recuerdo. Será necesario el paso del tiempo para identificar nuestras angustias de hoy como recuerdos de mañana. Y seguramente no tan angustiantes como presumimos. Todo pasa. Y todo se convierte en aroma. Lo cierto es que nunca el presente huele del todo bien, pues nos falta perspectiva para juzgarlo.

Habitualmente calificamos el aquí y ahora según los gestos que nos rodean: si son sonrisas, el presente es agradable. Si son lágrimas, ansiamos la llegada de mañana no para vivirlo, sino solamente para alejarnos del presente. Juzgamos el “humor social” según los gestos que observamos en la peatonal más cercana. Una de las tareas más complicadas de nuestra existencia es reconocernos aquí y ahora. Solo nos animamos a mirar hacia atrás con nostalgia o hacia delante con temor o – en el más sano de los casos - con ansiedad ante las sorpresas de todo tipo que nos invadirán. Tenemos una tentación casi adictiva a aconsejar a los demás sobre lo que nos parece que nos enseñó el pasado.

Pero estamos ávidos de consejos para transitar el camino cotidiano hacia mañana. Deambulamos en la contradicción de ser ancianos del pasado y adolescentes del futuro. Algunos optan por alejarse de la tristeza no reuniéndose con gente “complicada”...”angustiada”.. Sino, obsérvese usted mismo decidiendo a quiénes invitar a compartir la mesa navideña. Como si el entorno le permitiera purificar su propio aire y, así, oler mejor en el futuro. Otros, prefieren enfrentarse a personas con angustias profundas para poder cumplir la fantasía de creerse felices aconsejando desde las alturas de su presunto equilibrio basado en un punto de comparación ventajoso. Sin embargo, pocos se atreven a transitar su propia existencia presente sin tener en cuenta el reflejo de nuestra vida en los demás. Equivocadamente, creemos ser lo que los demás creen que somos o pretenden que seamos. Y llegamos a creerles.

¿De quién esperamos el juicio? ¿Porqué esperamos un juicio? ¿Quién dijo que es necesario calificar nuestros actos humanos? Cada quien hace lo que puede y como puede. Los rostros que circularon ante nuestra mirada son solamente aquel presente que se nos fue, pero investido del aroma del recuerdo. Magnificado y equívoco.

Dicen que para estas fechas es necesario hacer balances ¿Balances? ¿Porqué? ¿Para qué?. ¿Para quién? ¿Jesús nos ordenó acaso realizar balances periódicos de nuestros actos?¿En qué razón profunda reposa esa tendencia al concepto ajeno de perfección que nos hace prisioneros?

Quizás lo que debamos plantearnos, o mejor...sentir, es qué aroma percibimos de nosotros mismos. Con cuáles olores nos identifican nuestros hijos. Solo pensemos en rostros que alguna vez amamos y ya no están o momentos que reconocemos como de felicidad plena. ¿A qué huelen?. ¿Qué olor nos quedó impregnado al recordarlo?

Estas reflexiones lanzadas al viento de la “red” no pretenden otra cosa que no sea ayudarnos a liberar esas cadenas invisibles que nos someten a juicios extraños. “El mundo te necesita como sos”, reza un corto publicitario. Y es así. No me atrevo a aconsejar porque estoy demasiado ocupado en presentir mi propio futuro. Tarea ingenua como pocas. Sólo deseo compartir la sensación de libertad que se siente al despojarse de ataduras del pasado, sea cual fuere su aroma. Solo lo invito a preguntarse como quiere oler cuando los años pasen...y pasen.

Ya tendremos suficiente tiempo para ir reconociendo los aromas que hoy creamos y que solo distinguiremos cuando se conviertan en recuerdos. O alguien amado lo distinguirá por nosotros, que es casi lo mismo. Solo intentemos alumbrar olores limpios y cristalinos con nuestras actitudes de hoy, aún sabiendo que nos resulta imposible distinguirlos.

Actuemos cada día como queremos oler en el futuro. Ya tenemos muy claro quienes apestan. Preocupémonos entonces por irradiar a quienes amamos el aroma natural de nuestra sensibilidad. Estoy seguro de que si así lo hacemos, nuestro futuro será el jardín más bello que hoy, precisamente hoy, estamos regando y construyendo.

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